Hubo una chica triste y solitaria que siempre quiso estar rodeada de amigos para evitar sentir esa soledad. Desde pequeña se miraba al espejo y solía culpar a su reflejo: seguro es por mi feo cabello, por mis ojos o por mi cuerpo
Los años pasaron y los reproches aumentaron: es mi voz, es mi sensibilidad, es por mi forma de ser
Y una noche mientras se miraba, el reflejo le respondió:
-Si tanto me culpas, no preferirías que yo tomé tu lugar? Yo puedo ser lo que siempre has soñado
La chica asombrada se quedó pensativa.
El reflejo comentó: solo tienes que guardarte acá, dentro del espejo.
La chica tocó al reflejo e inmediatamente cambiaron lugares.
Los días fueron pasando y cada día que el reflejo iba a visitarla notaba como iba transformándose en aquello que siempre había querido ser, más alegre, más confiada, más despreocupada y divertida.
Pero conforme pasaban las semana y los meses la chica se sentía más sola, se sentía atrapada e iba notando que a su alrededor permanecía la oscuridad
Con el paso de los años la chica le suplicaba al reflejo regresarle su lugar, pero el reflejo nunca le respondió, ella notaba que incluso para el reflejo era agotador vivir en el mundo real, cada noche veía el reflejo demacrado y su mirada vacía, pero nunca le devolvió su lugar.
La chica se quedó atrapada y vio al reflejo deformarse, envejecer y en su último aliento, miró al espejo y pronunció:
Viví tu vida como le lo pediste y de nada sirvió, hoy partiré y no hay nadie aquí para estar junto a ti
La chica atrapada en el reflejo cerró los ojos y en medio de la oscuridad fugaces recuerdos pasaron por su memoria y solo entonces pensó que quizás debió romper el espejo desde mucho tiempo atrás.